El periodo se caracterizó por el desequilibrio de poder, la crisis económica sostenida y las fracturas políticas en los países europeos. Tampoco estuvo ausente de tiempos bélicos en las colonias, de invasiones y el más que tenso enfrentamiento ideológico entre el comunismo y el capitalismo.
Una forma de instancia pretendidamente “superior” de esa lucha fueron el fascismo y el nazismo. Aquí preferimos abandonar ciertas etiquetas de la tradición académica y denominarlos dos regímenes políticos que pretendían rechazar el “mal sistémico” del capitalismo liberal para establecer una férrea lógica amigo-enemigo determinada por la adscripción a valores tradiciones a los que se le sumaba el “pueblo” como actor social difuso pero impulsor de una nueva moral comunitaria y en nombre de quien se efectuaban todas las acciones.