El periodo se caracterizó por el desequilibrio de poder, la crisis económica sostenida y las fracturas políticas en los países europeos. Tampoco estuvo ausente de tiempos bélicos en las colonias, de invasiones y el más que tenso enfrentamiento ideológico entre el comunismo y el capitalismo.
Una forma de instancia pretendidamente “superior” de esa lucha fueron el fascismo y el nazismo. Aquí preferimos abandonar ciertas etiquetas de la tradición académica y denominarlos dos regímenes políticos que pretendían rechazar el “mal sistémico” del capitalismo liberal para establecer una férrea lógica amigo-enemigo determinada por la adscripción a valores tradiciones a los que se le sumaba el “pueblo” como actor social difuso pero impulsor de una nueva moral comunitaria y en nombre de quien se efectuaban todas las acciones.
De este modo retrotraían el Mal a una situación similar a la época medieval, aunque la realidad en la que estuvieron inmersos estos regímenes les impidieron, no sólo su supervivencia, sino la pretensión discursiva de ser una alternativa al capitalismo liberal. El Mal se irá acrecentando y configurará el Resentimiento en todas las esferas, hacia los Otros -judíos, extranjeros, franceses, ingleses, comunistas, etc.-, hacia los sistemas de explotación que estuvieran al servicio de otras potencias y los países que continuaban infringiendo a Alemania una humillación permanente.
Al retornar los combatientes de cualquier ideología, conservadora o socialista, sólo anhelaban, con fervor una sociedad más justa. Los sindicatos obreros sostuvieron que una manera de lograrla, era mejorar los salarios y condiciones de vida con la presión de las huelgas. Atemorizados, los empresarios y el funcionariado entendieron que ese reclamo se contrarrestaba con enfrentamiento desde el poder.
Esos empresarios y financistas pedían medidas ortodoxas para frenar la inflación que estaba desatada en el continente y “volver a la estabilidad añorada de la preguerra”. La radicalización de los sindicatos persistió, hubo una ola de huelgas. Londres dejó a un lado su papel de centro del mercado mundial de capitales y estuvo en inferioridad de condiciones en el sistema monetario internacional. A lo largo de la década del veinte, medidas económicas ortodoxas y restrictivas tendrán como contrapartida la resistencia obrera. Todo desembocó en la poderosa crisis de octubre de 1929 que arrojó desocupados y desesperanza en todo el mundo.
Adaptado de Muchnick y Garvie, El derrumbe del humanismo, 2006.
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