"Sabe usted que nuestro parlamentarismo, en la forma que se ejercía, era un verdadero mal nacional y había adquirido los caracteres de una calamidad pública. Fui el primero en denunciarlo ante el país con insistente claridad y energía. Era absolutamente imposible gobernar. El Presidente de la República estaba reducido a un prisionero ante las exigencias irritantes de los parlamentarios. No había libertad para ningún nombramiento, ni para tomar ninguna resolución sobre cualquier negocio o asunto privativo de las facultades gubernativas, grande o chico, sin la correspondiente exigencia o imposición de uno o más parlamentarios. En el hecho gobernaba el parlamento en forma irresponsable, a la sombra y tras el biombo del Ejecutivo, cargando este con las responsabilidades y las críticas y censuras de los actos impuestos (...).
Este sistema iba relajando y destruyendo todos los resortes funcionales de la administración y, como es natural, el desprestigio pesaba principalmente sobre la cabeza visible, el Presidente de la República y sus ministros.
Este desborde parlamentario adquiría las mayores proporciones de anarquía y desorden ante el problema ministerial (...). Jamás nadie pensaba en el interés nacional, ni en el país. Mis clamores reiterados, tenaces, insistentes, mis llamados al patriotismo, al trabajo, a la acción, cayeron siempre en el vacío; no fui oído, no pude enmendar rumbos. Mis energías se estrellaron contra un estado de ánimo morboso e incurable."
Armando Donoso, Conversaciones con don Arturo Alessandri: anotaciones para una biografía, Ercilla, Santiago, 1934.
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